17 abr 2012

¡COLORÉALO!

Por: Laura Bayer Yepes

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-Un animal… tal vez sean los murciélagos por tanto matorral que rodea la casa –sentenció la tía abuela, que seguía usando guantes.
-Pudo haberse caído y toparse con algo puntiagudo –sugirió su padrino, secando el sudor que tenía entre la nariz y el bigote.
-¡Esto es una comidilla o qué! –Irrumpió la madre furiosa, con sus ojos aún inundados.
-Sigan caminando, señores –dijo el padre con tono lánguido-, la sangre jamás saldrá de la baldosa si no salimos de la cocina ya.
El ama de llaves entró con una trapeadora y un balde. El cadáver ya no estaba, pero al ver el charco de sangre, su madre recreaba aquel cabello que tantas veces había trenzado, teñido de rojo, esparcido por el suelo, mientras unos orificios en su cuello se alzaban como cráteres.
-Me niego a creer que fue un suicidio, Henry –le dijo la madre a su marido, recién este le entregaba la última aromática que quedaba en la alacena.
-Hay que esperar el veredicto de Medicina Legal –interrumpió el padrino-, pero no pueden decirle a Lucinda, no asimilará que su hermana mayor se haya marchado tan rápido.
-No te preocupes por ella –contestó Henry-, está jugando en su habitación desde por la tarde…ni se ha asomado por el primer piso.
Toda la familia, visitantes poco usuales y la pareja traumatizada, bebieron sus tazas de agua aromática con ahínco.
-Eso fue por ese novio que tenía, ¡yo te dije, Clara! –Soltó de repente la tía abuela dirigiéndose a la madre-. ¡Debiste prohibirlo porque tarde o temprano iba a acabar con ella! –Sostuvo alzando aún más su colosal copete.
-Ya, Fanny –pidió Henry al ver a su esposa a punto de lanzar uno de sus alaridos pavorosos.
Sonó el teléfono. “Buenas”, del CTI, como si en verdad aquella noche lo fuera. ¿Un tenedor? Sí, señor, gracias. Un tenedor.
-Un tenedor –dijo el padrino con voz neutra, sin sorpresa pues los orificios no podrían ser de otra cosa-, uno de esos con los que cogimos los pedazos de carne del asado de anoche.
Henry abandonó la sala apresuradamente y regresó un momento después apretando en un puño un trinchador muy encenizado.
-No tiene sangre.
-¡Soltalo, Henry! –Gritó Clara llena de pánico-, si tiene tus huellas digitales, vos también quedás implicado.
Henry abrió su mano y el tenedor alargado cayó al suelo con un timbre metálico que crispó a las mujeres presentes en el salón.
-Este tipo dice que nos tenemos que ir ya de acá, que puede haber una persona externa asediando –dijo el padrino colgando el teléfono-. Andá por la princesa, Clara, es ella quien menos debe empaparse de todo lo que está pasando.
Clara cogió una maleta del perchero y subió al segundo piso. Intentó respirar para calmarse y luego abrió la puerta del cuarto de su hija menor.
-¡Mamá! –Exclamó la pequeña con alegría-. ¿Cómo quedó mi vestido? –Preguntó tomando su faldita y ondeándola de un lado a otro.
Clara la miraba con cara de espanto, pasmada bajo el marco de la puerta.
-Tatiana tiene un color tan bonito… ¡y vi que con esa cosita del asado salía más! Entonces lo hundí muchas veces y pinté el vestido. Tata compartió, ¡esta vez no fue egoísta! Me regaló de su pintura y no me dijo nada…si ya se despertó, quiero que la llames, para que vea la obra de arte que me ayudó a hacer.