Por: Camilo Londoño H.
Hace ya un
tiempo se ha borrado la mancha de sangre que había en tu habitación. Igual no
la extrañarías. Es extraño, pero tampoco yo te extraño. Sin embargo te escribo.
Hay rock en el piso de abajo aunque me mantengo poco en casa, la calle se me
hace atrayente ahora que se puede caminar en el asfalto. Más allá de la caminar
poco queda en la ciudad: un sol blanquecino, unos días anodinos, casi como días
de amor normalizado; unas cuantas novelas por leer y unas películas por dormir.
Extraño sí, las imágenes, las imágenes provocadoras.
Pareja no
tengo, sexo tampoco, alguna que otra necesidad afloja en horas de almuerzo, mas
los días son tranquilos y es mejor dejar así. Al medio día el rock también
descansa. Hace calor pocas veces al año, cuando el sol blanquecino se oscurece
y aparece la esperanza de una lluvia, pero las nubes fluyen rápido. Hay viento
en las montañas.
No he
movido tus cosas, aunque en estos días tuve hambre y me comí un chocolate que
había en el cajón. Estaba amargo. Algo sentí de excitación por trasbocar algo
del pasado, de esos tiempos violentos. Es visceral el ruido que hacen las
sirenas al sonar, ninguna va de prisa, pero suenan. Algo queda aún en el
vientre.
¿Cuál era
tu canción favorita? No lo recuerdo. Los sonidos también se olvidan. Algo de
memoria se ha perdido ahora que no hay nada que recordar. Creo a veces que
repito los días, pero el polvo se escurre en las esquinas. Espero que estés
bien, si estás. Si es que eres algo aún.
Hay días
también en los que extiendo los pasos y me reencuentro con viejas personas
–esas que conservan una mirada-, charlamos un poco, incluso, si las palabras lo
buscan, venimos a casa y tomamos algo. Tampoco bebo mucho ahora, pero cuando
vienen espero que el rock esté en un volumen bajo. Quiero descansar.
Me duelen
los oídos y me canso al escribir. Es extraño que no te extrañe y te escriba. Es
extraño. Si te preguntas por el resto, seguro alguien estará feliz de esta
tranquilidad abrumadora. Pero me duelen las manos al escribir.
Por último
deseaba preguntarte: si al morir se acababa la guerra, ¿por qué te mataste?