Por: Andrés R. Pérez
¡No
me toques! Estas caliente. Bien sabes que siempre me han gustado tus manos frías cuando me acaricias en la
penumbra, mientras te descubro a mi lado, sumergida en el terciopelo de las sábanas y las pieles. No, el terciopelo
es caliente, la piel también
es caliente, tu cabeza está
caliente con tantas ideas sueltas, ideas calientes, tan cálidas como el regazo de la madre que
nunca tuve, calientes como ese último
abrazo que me diste en la estación
ese siete de noviembre, hace ya tantos noviembres.
Tampoco quiero que hables. Tus
palabras arden y no quiero que la temperatura de la habitación siga subiendo. Tu lengua dibuja sílabas de fuego que incendian mi calma
¡cállate!
Todo en la casa emana calor. ¿Dónde están tus manos frías para socorrerme, para bajarme,
para refrescarme las ideas mientras las sumerges en las brasas de mis
pensamientos?
Abro la puerta del baño. Todo se oculta bajo una espesa
nube de vapor blanco. El espejo empañado
gotea imágenes
distorsionadas, o tal vez he empezado a fundirme con tanto calor. El agua
caliente, la tina de mármol,
el vapor humeante de una laguna de mi mismo. Creo que realmente me estoy
fundiendo mientras sueño
con tus manos frías,
salvandome de ese insoportable calor de ser yo mismo. La ausencia, lejos de ser
fría,
es caliente y me arde en la piel como un atizador.
Afuera es invierno, quisiera salir.
Veo nevar desde la ventana del baño.
Por más
que saliera y me enterrara bajo la blanca nieve, aún todo permanecería caliente, todo seguiría caliente, puesto que vos ya
incendiaste todos los rincones de mi vida.
Junto al lavamanos encontré las cuchillas con las que me afeité esta mañana. El metal suele ser frío. Escudriñé con cuidado los vértices lisos de la cuchilla, buscando
el frío
en las hojas mudas, empañadas
por el vapor. He descubierto que son casi tan frías como tus manos. Bien podrían acariciarme la piel tan bien como
vos y refrescarme tanto odio. Acariciame las muñecas amor y guiarme los brazos hacia
tu cuello para abrazarte mientras me duermo.
Siento que todo se refresca, se
petrifica, como si una ventisca violenta hubiese apagado las llamas que lamen
la cama y la habitación.
Por fin creo que siento tus manos sobre mi espalda, es raro, pensé. Siempre creí que la sangre sería caliente, pero ni la sangre es
cliente ni el infierno, gran mentira, es caliente.