Por: Camila Suárez
Es la madrugada, se abre
el día en silencio, se levanta
apremiante y entiende:
el silencio está roto
y el purgatorio
vacío.
Ese purgatorio suyo,
aquel espacio onírico que no es
día, que no es
noche, que es
ficción, primero eso,
y después
la huida y el regreso.
La madrugada, cae
una hoja seca, cae
una fruta madura, el cielo
se abre, y la vida,
de nuevo ese momento
que es día o
es noche, y es vigilia,
y es ausencia del sueño,
se le revela pura. Se dice:
no he de huir ahora,
abriré la ventana.
Abierta la ventana, se llena
el purgatorio, el día
se ha cerrado, callado
se retira. Es la noche,
la brisa, esa ajena caricia,
profanará el espacio
con sus gélidas manos.
Queda únicamente el eco,
el movimiento diástole,
la carne hirviendo, el sexo,
queda también
la vida que está
rota, pero latente.