7 jun 2011

ACRÓPOLIS

Por: Andrés Perez y Samantha Díaz

Una ciudad consumida por el tiempo donde el mármol y las esculturas dan fe de una época olvidada, hogar de estadistas, filósofos y guerreros que hoy sólo viven dentro de la epopeya.
La magnificencia de antaño palidecida en bloques de mármol y columnas derroidas por las guerras, el tiempo y la Modernidad consumiendo lo ancestral.

Hoy solo es hogar de fantasmas y turistas que transitan por los salones y corredores donde se fraguaron intrigas y filosofías que fundamentaron el pensamiento moderno. Santuario de Atenea personificando la sabiduría. Magnífica herencia de Pericles.
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Martha vomitó el 70% de su almuerzo en el piso de mármol que antes brillaba. El guía del museo le ofreció la salida y llamó a Marina para que salpicara con el cloro los canelones espinacados. El vestidito gris, tan deshilachado, ya no serviría a Martha para la huída.

SANDRAS NO MUEREN TODOS LOS DÍAS

Por: Laura Montoya Carvajal 

Una mujer de cabello negro y largo, de cara  sencilla y sonriente cuando saluda, que hace pensar en su cortesía posible, pero cuando se sienta (en el bus) se cierra por completo, una expresión medio adusta, medio suficiente, sus ojos amables ya parecen secos. Está vestida con uniforme de secretaria o un lugar parecido en una empresa, y aparte de su cabello recogido no hay más arreglo, uñas limpias sin pintar, no hay collar, no hay manillas. Un hombre de camisa azul se sienta y la saluda: ella sonríe y voltea de inmediato, con cara de “me duele, no me toque”. Baja los ojos.


SANDRAS NO MUEREN TODOS LOS DÍAS

Por: Natalia Calderón Ruiz 






- ¿Acaso me estás persiguiendo? Le preguntó Sandra tan seca como pudo, templando su voz temblorosa de miedo.
- ¿Persiguiendo?, no. Simplemente siguiéndote, no exageres. Y en su cara se dibujó una sonrisa burlona, casi malévola.
Hacía dos semanas que Sandra había roto con Leandro, el amor que sentía hace un año por aquel hombre alto, de voz radial y ojos danzantes, se había convertido en polvo. Ahora, su altura la intimidaba, su voz parecía venir de ultratumba, y esos ojos danzantes, sólo revelaban para ella un pobre pervertido, con delirios de persecución.
De repente, Leandro deslizó su mano izquierda hasta el cuello de de la mujer a su lado, su Sandra. Y empezó a estrangularla con delicadeza, como si de una caricia se tratara, y como tal fue percibida por los demás pasajeros.
Entonces, mientras el bus ahumaba la ciudad, mientras las raídas llantas se estropeaban con los charcos de la lluvia del día anterior, y así, y así y así, él la mataba.
- ¡AUXILIO, esta mujer se muere!- Gritaba Leandro con desespero, había estudiado teatro cuatro años en la Academia de Artes más ilustre de Holanda. – ¡AYÚDENLA, AYÚDENLA, no sé qué le ha pasado, pero ha dejado de respirar!
La piel de Sandra había adquirido una increíble tonalidad púrpura; su voz, ahora sin aliento, ya nunca más pudo frenar la farsa del infame, nadie sabría tampoco, que ella era un personaje más.
Y entonces, cerró los ojos. Todo estaba hecho, ella fue su gran final, su gran final.