14 abr 2011

COMALA / CIENFUEGOS

Por: Camilo Londoño y Camila Suárez



Comala

Las casas se pelean entre las sombras por un pedazo de fuego que se transmite de ventana en ventana. Las puertas cerradas empiezan a resquebrajarse y el ruido inunda el viento. El olor de la tierra ha perfumado las paredes de olvido. En la plaza, el árbol empieza a caerse, su sombra se desplaza entre las grietas de la tierra ardiente. 

En Comala el tiempo se ha detenido a observar la muerte.

Ayer murió Pedrito en el centro de la plaza. Nadie se pregunta quién lo mató porque en Comala no hay nadie. Nadie lo mató. El viento sacude los tejados, el aire caliente destruye todo a su paso. Nadie llora al muerto.

Cuando Pedro llegó a Comala había pocas personas. Todas ellas muy extrañas. Se imaginó que, algún día, el pueblo sucumbiría ante el fuego. Hoy, hay raíces ardiendo bajo la tierra. Cada casa caída tiene por propietario una sombra. Lo que Pedrito nunca supo es que también el fuego se consume. Cuando la noche cae y en Comala sólo hay muerte.

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Cienfuegos

Este lugar está que arde. Hay brisa esta tarde, pero las piedras que tapizan el suelo de la plaza siguen calientes. Los niños corren descalzos hacia el mar.

Las playas de Cienfuegos arden al caer la noche. La arquitectura colonial no importa mucho cuando las terrazas se atestan de personas compartiendo sudores.

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Resonancia calórica cuando Susana San Juan partió de Comala a Cienfuegos.

Susana San Juan no quiere complacer a su marido, sus tetas se chorrean entre la espesa masa amarilla que inunda el lugar; y el sudor, antes llamativo, es hoy llanto de su cuerpo, ardor de su vientre y deseo estancado en su mirada. 


13 abr 2011

TIERNO GAVILÁN

Por: Felipe Arroyave y Natalia Calderón


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Fresno, California.


Las ramas se doblan bajo el peso de los frutos y de este a oeste hay una confusión de colores y patrones de cosecha. La alondra y el azulejo y el alcaraván se echan a volar y el canto de las cigarras sobre el valle es como una manta.


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Juré que huían de mí, de mi presencia intempestiva y tonta. Y entonces, mi mente imaginó un azulejo besando una alondra. No fue sino hasta hoy cuando me pregunté: ¿y por qué no dos pájaros homosexuales?

Ahora que lo pienso, tampoco he visto nunca una bizarra. ¿Cómo sé qué son ellas las que cantan?

En fin, en medio de mis absortos pensamientos miré al este y aguzando mi vista logré ver la silueta de un tierno gavilán . . . creo que ahora entiendo. Ni la fea alondra, ni el lento azulejo, ni el feroz gorrión se dieron cuenta de que yo estaba allí. 

El gavilán miró y ellos actuaron.

BAÚL

Por: Laura Montoya Carvajal


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Llegar al triángulo recalentado, mi cuarto por la tarde, a las paredes blancas a las que poco a poco les he quitado los ojos que acusan, es con frecuencia lo único que tengo en la mente, estando afuera, observada. Buscar entre las capas sobrantes de rutina la llave única, torcida, que nunca hace parte de mi vida normal. Sacarla es todo un suceso. Insertarla no significa nada. Abrir el baúl es casi dejar un hedor salir de él, a veces vuelvo y  lo cierro, pero siempre se abre de nuevo: parece que el hedor pudiera filtrarse por la ventana de la que saqué tanto de su contenido. Por la puerta que ha sido tan insultada en las hojas que guarda. Siempre encierra un recuerdo sonriente o un sonrojo, la vergüenza también debe ser recordada. Algún día me indicará que crecí un poco.  Utilizo su cuerpo: para recordar lo que ya guardé, o para introducir algo nuevo, que suelo olvidar a los ocho días y recordar a los quince. Salgo de él con la sensación de perder algo, de separarlo de mí, de guardarme un poco, ¿cabré yo entre la madera? Al final terminamos en un cajón a la medida, es verdad.

Sigo guardando objetos que me narren, que duelan, una cápsula del tiempo siempre en la superficie, nunca completamente cerrada, que tal vez se cierre y se entierre aquel incierto día en que no tenga nada que ocultar, y nada por ser dicho.

LAS VÍRGENES NO COMEN MANZANAS

Por: Camilo Londoño Hernández


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Los labios carnoseaban entre el jugo de la fruta y la saliva expulsada por su lengua. ¿Qué esperan tres mujeres sentadas en una acera?
-¿Qué quieres pertenecer a nuestro club?-ella la tocaba mientras le preguntaba, mientras le miraba en los ojos las ganas de de morder.
-Sí-tímida, sentida, acorralada.
-Y… ¿tienes lo necesario?
-Eh…
-Tacones
-Sí.
-Pantimedias.
-Sí.
-Ligueros.
-Sí.
-Calzones.
-Sí.
-Vestido con estampado de flores y cuello colegial.
-Sí.
-Listón.
-Sí.
-Pintalabios.
-Sí.
-Manzanas.
-¿Manzanas?
-Sí, manzanas. Manzanas para morder, para lamer, saborear, carnosear. Manzanas para entretener el mundo mientras se espera en la calle.

Samantha, que hasta ahora no paraba de observar los dientes clavados en las frutas de las mujeres que tenía en frente, y quienes mordisqueaban, cada una, una manzana; se maldecía por su falta de oportunismo. Era un dolor no haber logrado la respuesta correcta, no poder tener el objeto de la perfección que le permitiera ser una chica con una manzana en la mano, entre los guantes de seda y la lengua roja.
-¡Putas!-les gritó.
-¡Putas, manzaneras, carnosas, putas de la calle! ¡Lolitas penetradoras de los deseos, corruptoras de la perfección!
Samantha corrió. Llegó a su casa, desempacó el bolso donde tenía los tacones, las pantimedias, los ligueros, los calzones, el vestido, el listón y el pintalabios.
-¡Manzanas!, ¡manzanas y putas!, ¡putas manzanas!-Samantha repetía cada palabra para llenar con objetos sus frustraciones.
-Tacones, pantimedias, ligueros, calzones, vestidos, listón, pintalabios… - Samantha volvió a organizar su cartera -… ¡Manzanas! – tomó las dos frutas rojas que tenía en la repisa, una la guardó junto con el resto de las cosas y la otra la tomó entre las manos.
Samantha detallaba la manzana buscando alguna imperfección, se agarró la falda y frotó la fruta contra la tela floreada, le dio un mordisco a la manzana y fue bajando hasta abrir las piernas e introducir la fruta en su vientre, la sangre chorreó entre sus muslos mientras ella se saboreaba la lengua.