13 abr 2011

BAÚL

Por: Laura Montoya Carvajal


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Llegar al triángulo recalentado, mi cuarto por la tarde, a las paredes blancas a las que poco a poco les he quitado los ojos que acusan, es con frecuencia lo único que tengo en la mente, estando afuera, observada. Buscar entre las capas sobrantes de rutina la llave única, torcida, que nunca hace parte de mi vida normal. Sacarla es todo un suceso. Insertarla no significa nada. Abrir el baúl es casi dejar un hedor salir de él, a veces vuelvo y  lo cierro, pero siempre se abre de nuevo: parece que el hedor pudiera filtrarse por la ventana de la que saqué tanto de su contenido. Por la puerta que ha sido tan insultada en las hojas que guarda. Siempre encierra un recuerdo sonriente o un sonrojo, la vergüenza también debe ser recordada. Algún día me indicará que crecí un poco.  Utilizo su cuerpo: para recordar lo que ya guardé, o para introducir algo nuevo, que suelo olvidar a los ocho días y recordar a los quince. Salgo de él con la sensación de perder algo, de separarlo de mí, de guardarme un poco, ¿cabré yo entre la madera? Al final terminamos en un cajón a la medida, es verdad.

Sigo guardando objetos que me narren, que duelan, una cápsula del tiempo siempre en la superficie, nunca completamente cerrada, que tal vez se cierre y se entierre aquel incierto día en que no tenga nada que ocultar, y nada por ser dicho.

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