Por: Laura Bayer Yepes
Amor: del griego
“a”, que significa “sin”; del esperanto “mort”, que significa “muerte”. Sin
muerte.
Te veo y me dan ganas de asesinarte. O de devolverte el
favor, para que te quedes conmigo y nunca puedas ser tú mismo.
Quisiera agarrarte como un muñeco de trapo, para que, sin
que peses, pueda cargarte y lanzarte desde un vigésimo piso, que caigas
sentado, la columna vertebral te salga por el cuello y la cabeza te quede
colgando. Pero eso sería un menor
castigo que lo que me hiciste.
Aún lo recuerdo, ¿sueles hacerles daño a los
desconocidos? Yo era una aparecida en tus delirios de princesa, porque era tu
sueño materializado en otro cuerpo. Y como estás tan acostumbrado a adular tu
reflejo, confundiste la pantalla del computador con un espejo y lanzaste tus
dagas.
Los circuitos, el espectro electromagnético y todas esas
cosas de Ingeniería Electrónica de las que no quiero saber, hicieron su trabajo
y me propinaron el tiro de gracia.
“La amo”, decían claramente esas palabras que me cercenaron
los ojos.
Y con el miedo que le tengo a existir para siempre, por
quedarme sin qué hacer, pronunciaste tu jeringonza y me volviste inmortal sin
más.
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