17 oct 2012

LA PIEL


Por: Camilo Londoño H.



Escrito libre sobre la tactografía[1]

La piel puede sumergirse, hundirse, fluir entre la luz y el agua, por eso no es extraño que los poros se abran al contacto directo con la luz. Eso es lo que se siente, percibir tácitamente que la piel se rasga cuando cruza la luminosidad de un cuarto precedido por una luz atrayente de color – un color como el rojo – y ahí la piel puede sulfurarse, incluso reprimirse. 

Ante la presencia de ciertos colores –el rojo, por ejemplo- la piel llega a contenerse, fragmentarse, quizás los poros sean de color rojo. Y ahí, otra vez, la pregunta: ¿de qué color será la piel? ¿Qué mancha hay en el tacto?

Un color atrayente debe aturdir los ojos -los sentidos- para que penetre el tacto. Un color atrayente es, por ejemplo, el amarillo al estallarse en una hoja de papel o el azul del cielo sin nubes o el blanco de la corriente. Fluir.

La piel debe –tendría- que fluir de forma dialéctica, casi ecléctica, puede decirse eléctrica, y así lograr transitar entre el clarear del día y el desvanecerse de la noche. Debería ser lluvia la piel, así los poros serían diminutos disparos de agua –gotas de agua cielo – rozando la carne, encarnizando los huesos, humedeciendo el sentir.
Si fuera esta piel un pedazo de lluvia podría, quizás, por fin fluir.

Pero no todo es devenir en la piel, algo de agrio queda en las costras de las uñas, a veces, también, entre el pecho, la lengua y los pezones, algo se saborea amargo, como que la piel suda su dolor y guarda un poco entre los bellos diminutos. Ahí, en ese intersticio de carne y viento, se guarda una amargura tactográfica que es mejor no descubrir.

Son cosas curiosas las que guarda la piel, densas formas que deben ser escudriñadas, absorbidas, buscadas, inquietadas, resonadas por una pregunta, hasta encontrar el pigmento exacto u hacer reaparecer la inquietud: ¿de qué color será la piel?

Si la piel es lluvia , su color será entonces el azul. Como la corriente. Puede ser azul lluvia como esa lluvia gris oscura que parece piedra, o gris grisácea de felicidad o de pronto, como la lluvia de esta tarde, que se teñía de un gris blanco estallado de cemento. Un ritmo frenético de ciudad en soledad.

En eso debe coincidir el color de la piel con la lluvia, en que se estalla, se desborda, rompe de forma granulosa en la penumbra hasta estrecharse en el pecho, en la garganta, en la espalda, ahí donde se cargan los restos de piel.

Curiosidades infinitas tiene la piel y debe explorarse para conocerlas, para retenerlas, para borrarlas, para olvidarlas. Pero existe una situación cargada de rareza para la piel y es cuando encuentra en su camino – en su fluir – otra piel; momento en el que no podríamos más que hacer la peligrosa pregunta: ¿puedo tocarte?


[1] Tactografía: registro sensible e imaginario del tacto –la piel-.

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