6 oct 2010

A MI QUERIDA NADA

Por: Juan José Muñoz 


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31 de noviembre

Querida, apreciada, respetada y envidiada Nada, la presente epístola tiene como fin relatarte las últimas desventuras que me han sucedido en tu búsqueda, infructuosa sólo hasta el momento.

 Desde que tengo uso de razón (por allá a los 15 años) y el mundo cómo lo conozco, o como creo conocerlo, empezó a desbaratarse a pedazos por el mismo peso de su infame ilusión, he pensado cada noche, sin falta alguna, en la forma más adecuada de encontrarte; sin embargo, esos agentes falaces que dedican su miserable existencia a mejorar la credibilidad de la ilusión, me han enclaustrado vilmente, simplemente para que deje de acometer contra lo que ellos quieren que yo crea que ellos quieren, es decir, para que abandone mi quijotesca labor llegar hasta ti; pero a este tema me referiré más adelante.

-Mamá, ¿cómo sabe la bebé que ella es la del espejo?- le pregunté a mi madre mientras permanecía enhiesto frente a un espejo con una infanta de cinco meses en manos. ¡Qué pregunta tan curiosa! ¡Qué pregunta tan cínica! ¿Cómo sé yo que soy el del espejo?

Allí, en ese preciso instante, en esa milésima de segundo de sinapsis cerebral todo apareció ante mis ojos, el mundo en el cual había vivido empezaba a desplomarse, todo se presentaba como lo que es: una descarada mentira. Allí, en ese momento, empecé a buscarte.

Primero, era una inofensiva duda, una duda de joven inquieto que apenas está descubriendo la filosofía y que pretenciosamente se cree fanático de Heráclito, Nietzsche y Sartre ¡qué patético mocoso! Luego, la duda se hizo cada vez más intensa, pero se aplacaba con un poco de Moscatel barato. Pero sin importar lo que se haga, cuando una idea es plantada en lo más profundo del cerebro, nada se puede hacer para dejarla de lado; así que después de años te tics nerviosos y un hígado podrido, me entregué con voluntad de puta a mi verdad, a esa verdad que anularía todas las otras verdades, a esa verdad verdadera para mí mismo.

Cada noche aparecía el mismo sonsonete que sólo hasta ahora entiendo por qué nunca me dejaba en paz.

Oye tú, ¿qué posees del mundo?
¿Cómo posees el desorden?
Ahora, en algún lugar entre el Silencio sagrado
Entre el silencio sagrado y el sueño
En algún lugar entre el silencio sagrado y el sueño
Desorden, desorden, desorden.

¿Qué te crees para poseer la vida de un humano de esa manera? ¿Quién eres tú para jugar con el desorden, para jugar con la existencia? Pero no lo posees todo, en ese lugar, en ese momento entre el silencio sagrado y el sueño, yo puedo ser yo, ahí tú no entras, ahí descubro tu farsa.

¿Cómo nunca lo había visto? Es paupérrimamente obvio, todo es un juego, un engaño. Creer que sólo soy una insignificante pieza de un rompecabezas, pensar que las cosas siguen ahí cuando les doy la espalda, estar convencido de que al otro lado del mundo hay millones de personas, asegurar que la persona con la que hablo de veras existe. Ésta es la idea más ridícula e ilógica que me puedo imaginar. Pero ahora lo he descubierto, sólo yo existo, aunque existo engañado por una de tus sucias jugarretas; yo, mi querida Nada, soy Todo.
Entonces, cuando me dediqué a sumergirme en esa verdad, esa verdad liberadora, esa verdad aterradora, todo cambió: salía a la calle sin zapatos, me montaba a los árboles de las plazas, besaba mujeres desconocidas, todo era muy divertido, al fin y al cabo si todo es una mentira ¿por qué no jugar con ella? Pero esto no era suficiente, sabía que necesitaba hacer algo más drástico para poder encontrarme contigo, algo que cambiara el rumbo de las cosas.
Por facilidad retórica en la explicación de los sucesos, comparto contigo un fragmento de mi diario que escribí hace tres días (tres días, tres semanas, tres meses, tres años, no importa):



30 de febrero

“He matado a un hombre. Tenía que hacer algo, no soportaba el peso de la Nada sobre mí. Creí que iba a ser muy sencillo, pero no lo fue, no tuvo nada de sencillo. Le puse el cuchillo en su estómago, en la boca del estómago, cerré los ojos y antes de que él pudiera hacer algo, lo hundí contra su humanidad. Pude sentir cómo cortaba su camisa hasta llegar a su piel, cómo ésta se desgarraba sin oponer resistencia alguna, cómo llegó hasta el interior del estómago y avanzó sin ningún problema y finalmente, se detuvo al tocar algo duro… creo que era su columna.
Me di cuenta de que la ilusión, para mi desgracia, seguía y corrí, sólo corrí sin rumbo fijo hasta llegar a esta vieja bodega.
Jueputa, estoy loco; maté a un hombre por un simple capricho, por una malnacida duda de niños de bachillerato, ahora todos me van a perseguir. Destrocé toda mi vida y la de otra persona, sólo por justificar una verdad sin fundamentos.
¡No, no! No puedo ceder, eso es lo que quieren que crea. Ese hombre no existe, nunca existió. Sólo debo hacer algo más para llegar hasta Nada, mis intentos no han sido suficientes. Pero ¿qué puedo hacer?
Ed… Ed… ¡Edipo!
¡Mi ojo! Un pedazo de hierro oxidado atravesó mi ojo izquierdo; haré lo que hizo Edipo, pero a mí manera: él lo hizo para no ver la verdad, yo lo hago para verla.
¡Duele mucho, mucho!, pero todo es una ilusión y yo lo sé, de eso estoy muy seguro. Afortunadamente, aún puedo escribir, pero no por mucho tiempo más, sigue el otro ojo.
El hierro va hacia mi ojo. Puedo oler el óxido que lo corroe. Se acerca, cada vez más. Se acerca peligrosamente, pero es lo que debo hacer…
¡Mierda, la policía!”



Así es m querida Nada, esto fue lo que sucedió aquel día, lo demás es historia: estuve un tiempo en el hospital mientras hacían algo por la cuenca del ojo perdido, luego unos días en la cárcel mientras definían mi proceso; me diagnosticaron esquizofrenia paranoide y ahora estoy recluido en el pabellón de enfermos psiquiátricos de alta peligrosidad, escribiéndote esto mientras un guarda de seguridad y una enfermera me custodian para que no me saque el otro ojo con el lápiz.

Ellos saben que yo sé lo que ellos quieren, pero no voy a ceder. Quieren que reconozca que estoy loco, para así dejar intacta tu mentira, para que no te encuentre, pero no puedo permitirlo, debo llegar hasta ti despreciable Nada. El próximo intento va a ser definitivo, no va a ser el otro ojo, ni un dedo, ni nada por el estilo, voy a ser yo, es mi turno. Todo va a morir, para llegar a la Nada.




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