9 mar 2014

HEMOFAGIA


Por: Carolina Campuzano Baena
Serie:  Cromo Chocolatinas Jet


Cerró el vidrio de la jaula con fuerza a la vez que se llevaba una mano hacia el cuello, como acto reflejo, le dolía un poco. Se sentía muy cansado así que se sentó en la silla del computador; miró hacia su muñeca para ver la hora, pero su reloj se había detenido; miró hacia arriba, sin embargo nada le indicaba en qué momento del día se encontraba, las luces del laboratorio no marcaban el paso del tiempo allí dentro; miró  su escritorio y vio una chocolatina. Su boca se hacía agua, sus papilas despertaron cuando la barra entró en su boca, eran cuatro cuadros de placer.

Mordió despacio, saboreó cada cuadro, contando el tiempo. Un minuto por pedazo, así la conclusión de la chocolatina marcaría el fin del cuarto minuto, según sus cálculos. Al terminar vio la barra derretida en sus guantes blancos, estaba agotado, no pensaba en quitárselos. Alejó sus ojos del café y miró las luces descompuestas por toda la habitación, sus pupilas se contrajeron, miró hacia el piso y sus pupilas se dilataron. Ahora contaba los minutos con el balanceo de sus pies, un segundo, la punta del pie sube; dos segundos, los dedos tocan la superficie blanca; tres segundos, de nuevo arriba; cuatro segundos, el compás seguía el segundero imaginario.

Ya contaba trece minutos y seguía observando el piso, miraba el líquido rojo que se vertía gota por gota en el laboratorio. No pensaba, con un mínimo movimiento del torso comenzó a girar, las ruedas de la silla no se movía de la baldosa en la que estaban, pero su cuerpo seguía el curso del ventilador que estaba sobre su cabeza. Una vuelta, dos segundos, dos vueltas, ya eran cuatro. el mareo, las luces vertidas en los vidrios, su reflejo  enceguecedor; veinte segundos, la náusea, dos minutos, la inercia que obliga a que su cuerpo se mantenga en movimiento, cuatro minutos, la fricción de las suelas para detenerse. La silla para y él también, pero ante sus ojos los objetos siguen girando aunque su mirada esté fija en un punto, el punto rojo disperso por el piso, formando un círculo mal hecho a su alrededor.  

La cuenta del tiempo no se detiene, ahora lo marca el ventilador, trac, trac, trac, es el único dentro del laboratorio. De nuevo el rojo y él parpadea,  un parpadeo, dos segundos, otro parpadeo, ya está perdiendo los reflejos, son diez segundos más. Aparta la mirada del rojo y ve su cuerpo, todavía tiene puesta la bata que lo cubre casi hasta las pantorrillas, sigue toda blanca excepto por el cuello que se empieza a teñir. Deja de contar el tiempo para pensar en cómo quitar la mancha roja, seguro no se quitará. Deja de pensar,  siempre le había parecido un ejercicio inútil ahora más que nunca, los cuadros de chocolatina se acaban, todo se acababa.

Sentía la boca seca, su saliva se secaba y por su frente comenzaba a rodar el líquido transparente de su sudor; una gota, dos minutos; otra gota en menos de un minutos, ya son más de seis en treinta segundos. Temblaba pero no se mueve de la silla ¿cuánto tiempo llevaba?.. Creía que casi cinco horas, ¿cuánto necesitaría? Su cuerpo era agua un 75%, pero sentía que el 25% estaba derramado en la superficie de su piel y se evaporaba; seguía sudando. Había vuelto a pensar, esta vez en su sangre, sabía que sólo tenía cuatro litros y medio, ¿cuánto estaría vertido en el piso? Alcanza a contar a una, dos, tres, cuatro baldosas a medio cubrir.

Tenía los ojos semiabiertos, los labios agrietados y la respiración agitada. Se levantó sin aliento y miró hacia la jaula, allí estaba el animal, lamiéndose sus afilados incisivos superiores. Lo observó con asco y volteó su cabeza hacia el escritorio. Sus pupilas, ahora totalmente dilatadas, se fijaron en el diario de campo que estaba abierto, empezó a leer pero las letras se juntaban, veía borroso:
Desmodontinae (vampiro)
… saliva… una sustancia anticoagulante… fluir la sangre… morir.


Cerró el cuaderno con sus notas, ya no podía pensar más. Volvió el mareo aunque ya no daba vueltas en la silla. Las gotitas rojas caían con mayor frecuencia desde su cuello, miró hacia el piso, dos gotas cayeron sobre una baldosa, dos segundos, cuatro gotas más macharon la baldosa, cinco segundos, su cuerpo se desplomó, cuarenta segundos, sus pupilas no atrapan más luz; ya no quedaban más segundos. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario