Por: Carolina Campuzano Baena
Serie: Cromo Chocolatinas Jet
Cerró el vidrio de la jaula con fuerza a la vez que se llevaba una mano
hacia el cuello, como acto reflejo, le dolía un poco. Se sentía muy cansado así
que se sentó en la silla del computador; miró hacia su muñeca para ver la hora,
pero su reloj se había detenido; miró hacia arriba, sin embargo nada le
indicaba en qué momento del día se encontraba, las luces del laboratorio no
marcaban el paso del tiempo allí dentro; miró
su escritorio y vio una chocolatina. Su boca se hacía agua, sus papilas
despertaron cuando la barra entró en su boca, eran cuatro cuadros de placer.
Mordió despacio, saboreó cada cuadro, contando el tiempo. Un minuto por
pedazo, así la conclusión de la chocolatina marcaría el fin del cuarto minuto,
según sus cálculos. Al terminar vio la barra derretida en sus guantes blancos,
estaba agotado, no pensaba en quitárselos. Alejó sus ojos del café y miró las
luces descompuestas por toda la habitación, sus pupilas se contrajeron, miró
hacia el piso y sus pupilas se dilataron. Ahora contaba los minutos con el
balanceo de sus pies, un segundo, la punta del pie sube; dos segundos, los
dedos tocan la superficie blanca; tres segundos, de nuevo arriba; cuatro
segundos, el compás seguía el segundero imaginario.
Ya contaba trece minutos y seguía observando el piso, miraba el líquido
rojo que se vertía gota por gota en el laboratorio. No pensaba, con un mínimo
movimiento del torso comenzó a girar, las ruedas de la silla no se movía de la
baldosa en la que estaban, pero su cuerpo seguía el curso del ventilador que
estaba sobre su cabeza. Una vuelta, dos segundos, dos vueltas, ya eran cuatro.
el mareo, las luces vertidas en los vidrios, su reflejo enceguecedor; veinte segundos, la náusea, dos
minutos, la inercia que obliga a que su cuerpo se mantenga en movimiento,
cuatro minutos, la fricción de las suelas para detenerse. La silla para y él
también, pero ante sus ojos los objetos siguen girando aunque su mirada esté
fija en un punto, el punto rojo disperso por el piso, formando un círculo mal
hecho a su alrededor.
La cuenta del tiempo no se detiene, ahora lo marca el ventilador, trac,
trac, trac, es el único dentro del laboratorio. De nuevo el rojo y él
parpadea, un parpadeo, dos segundos,
otro parpadeo, ya está perdiendo los reflejos, son diez segundos más. Aparta la
mirada del rojo y ve su cuerpo, todavía tiene puesta la bata que lo cubre casi
hasta las pantorrillas, sigue toda blanca excepto por el cuello que se empieza
a teñir. Deja de contar el tiempo para pensar en cómo quitar la mancha roja,
seguro no se quitará. Deja de pensar,
siempre le había parecido un ejercicio inútil ahora más que nunca, los
cuadros de chocolatina se acaban, todo se acababa.
Sentía la boca seca, su saliva se secaba y por su frente comenzaba a
rodar el líquido transparente de su sudor; una gota, dos minutos; otra gota en
menos de un minutos, ya son más de seis en treinta segundos. Temblaba pero no
se mueve de la silla ¿cuánto tiempo llevaba?.. Creía que casi cinco horas,
¿cuánto necesitaría? Su cuerpo era agua un 75%, pero sentía que el 25% estaba
derramado en la superficie de su piel y se evaporaba; seguía sudando. Había
vuelto a pensar, esta vez en su sangre, sabía que sólo tenía cuatro litros y
medio, ¿cuánto estaría vertido en el piso? Alcanza a contar a una, dos, tres,
cuatro baldosas a medio cubrir.
Tenía los ojos semiabiertos, los labios agrietados y la respiración
agitada. Se levantó sin aliento y miró hacia la jaula, allí estaba el animal,
lamiéndose sus afilados incisivos superiores. Lo observó con asco y volteó su
cabeza hacia el escritorio. Sus pupilas, ahora totalmente dilatadas, se fijaron
en el diario de campo que estaba abierto, empezó a leer pero las letras se
juntaban, veía borroso:
Desmodontinae (vampiro)
… saliva… una sustancia
anticoagulante… fluir la sangre… morir.
Cerró el cuaderno con sus notas, ya no podía pensar más. Volvió el mareo
aunque ya no daba vueltas en la silla. Las gotitas rojas caían con mayor
frecuencia desde su cuello, miró hacia el piso, dos gotas cayeron sobre una
baldosa, dos segundos, cuatro gotas más macharon la baldosa, cinco segundos, su
cuerpo se desplomó, cuarenta segundos, sus pupilas no atrapan más luz; ya no
quedaban más segundos.

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