6 may 2014

POLVO ERES


Por: Carolina Campuzano
Serie: Sandía Santa

Caminaba con la mirada fija en el suelo, cuidaba sus pasos, no quería tropezarse con alguna raíz o pisar una serpiente. Se detuvo un momento para tomar aire y reanudó su marcha. Derecha, izquierda; derecha, izquierda, contaba en su mente; esforzándose más en coordinar sus pies que en mantener un ritmo militar. Estaba irritado, sólo le importaba llegar, pero sus músculos cansados lo hacían detenerse cada vez con más frecuencia.

Él continuaba con los ojos puestos en el sendero sobre el que no se proyectaba ninguna sombra. Se dijo que debían ser las doce. Sus compañeros ya debían estar en el pueblo bajo la sombra de un almendro, sintió envidia y paró de nuevo. No sabía qué día era, hizo cuentas y recordó: era miércoles. Faltaban cuarenta días para la Semana Santa, pero eso no importa cuando se está en el monte. Aún así, automáticamente se persignó, acomodó la mochila en su hombro, se colgó el fusil y continuó por el camino paralelo al río.

***
Candelaria asomó un ojo por la rendija de la ventana de su cuarto. Aunque estuviera cerrada podía ver un pedazo de la calle por el mismo lugar donde se filtraba un hilo de luz. No escuchaba nada, no veía a nadie caminando, parecía que el pueblo lo hubieran deshabitado hasta los fantasmas. Era miércoles y desde el lunes no podía abrir la ventana, ni la puerta; estaba prohibido salir a jugar  y hasta le habían dejado de pedir que hiciera mandados.

Tenía calor, en su casa se empezaba a concentrar la humedad y el sofoco con tanto encierro. Intentó mirar las nubes para saber si llovería, pero la rendija sólo le permitía llegar hasta el marco de la ventana y ver algunas tejas. Allí terminaba el cielo. Se entristeció y quiso apartarse de la vista pero una sombra pasajera cortó el hilo de luz. Sintió pasos, eran los vecinos que salían de sus casas y avanzaban en dirección a la plaza. Le pareció extraño, no lo podían hacer. Ella había escuchado cuando, dos días atrás, un hombre llegaba a su casa y le decía a su padre que si alguno se atrevía a salir e incluso a asomarse por una ventana, se convertiría en polvo.

Candelaria no entendía bien qué significaba eso de convertirse en polvo, pero sintió susto de ese hombre que daba órdenes y por el cual sus padres la habían enviado a su cuarto para que no escuchara nada, aunque ella se había agachado tras la puerta para oír la conversación.  Por allí logró ver las botas negras con cordones entrelazados que usaba el visitante,  no se le hacían conocidas, eran diferentes a las que su padre usaba para trabajar. Mordió sus labios hasta volverlos rojos, era su manera de gritar cuando hay que hacer silencio; era el miedo que sentía mientras él estaba ahí.

De pronto, su madre entró en su cuarto y la sacó de su distracción cogiéndola fuerte de un brazo y llevándola a la calle donde su padre esperaba. No la regañó por estar en la ventana.

-         - No importa lo que ellos digan, hoy es miércoles de ceniza, no vamos a faltar a la iglesia- dijo como pensando en voz alta.

Trataba de seguir los pasos de su familia y de todas las personas que llevaban la misma dirección y la misma prisa, hablaban en voz baja lo que no era costumbre en el pueblo.

En la iglesia el cura empezó el sermón, decía que estar allí era una forma de resistencia, que les podían quitar la libertad pero no la fe. Luego se calló y empezó a dibujar en las frentes de todos una cruz de color negro. 
Su madre la empujó hacia el altar para que a ella también le hicieran ese signo mal hecho. Cuando llegó su turno, el sacerdote la miró a los ojos y mientras le pasaba el dedo frío por su cara le decía:

-          - Polvo eres y en polvo te convertirás

Candelaria se estremeció, sintió el mismo miedo que cuando el hombre de botas negras estuvo en su casa, esas palabras le sonaron muy parecidas; por eso, antes de que él terminara de hacer la línea horizontal en su frente se alejó corriendo y, junto con sus padres, regresó a casa.

***

Por fin llegaba al pueblo, se dijo contento cuando escuchó las campanas de la iglesia. Sin embargo, su alegría no le duró mucho, allí no tendría por qué sonar nada, ya había mandado a advertir el toque de queda. Se molestó un poco, no le gustaba que nadie faltara a sus órdenes, además cada campanada parecía atraer la lluvia, estaba cansado e irritado, no quería mojarse. Siguió caminando hasta que encontró las primeras casas con las puertas y ventanas cerradas, después de todo no lo habían desobedecido. Sonrió, disfrutaba del silencio que imperaba tanto como del ruido seco de un disparo.

Miraba de lado a lado su pueblo, el pueblo que ahora estaba bajo su control, todo estaba en orden excepto algo. En una de las casas una ventana estaba entreabierta, por allí asomaba un rostro curioso que lo desafiaba desde una rendija. Frunció el ceño y se detuvo, su enojo empezó a crecer conforme su uniforme se iba empapando. Cargó el fusil, lo apretó con sus dedos mojados y disparó hacia la ventana.

***

Candelaria alcanzó a ver el rostro del hombre de las botas que había estado en su casa y se asustó cuando apuntó hacia la ventana que había abierto al volver de la iglesia; intentó cerrarla pero no tuvo tiempo. Ahora, mientras en su frente se dibujaba otra cruz, entendió por qué era polvo y en polvo se convertiría.   

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