14 mar 2011

ESCENA NARCISISTA

Por: Laura Montoya Carvajal


.

Si la música suena, me paro.

-suena la música-

Mejor no.

Cruzo las manos frente a mí, torciéndolas, para que se estiren desde arriba. Apoyo el rostro en mi hombro, muevo las piernas. Son largas y esbeltas, lo sé, me lo han dicho, innumerables manos les han dado volumen y límite, han recorrido su perímetro. Hay ojos sin fondo, oscuros y opacos también, que me observan. Para mí sólo están esos ojos: para ellos mis piernas, mis senos, aptitudes que imaginan que tengo. Agradable que alguien espere tanto de mí: me río tontamente, algunos suspiran. Los ignoro para levantarme: la música aún suena cuando de pie, adopto una postura ensayada de hace tiempo, me siento larga y libre, pero siempre observada. Adorada. Deseada. Pero no me tocan, no lo harán, no aún.

Pongámosle un “bis” a la cosa: pasa exactamente lo mismo todo el día. Cuando por fin me encuentro en mi casa, sola, después de atravesar una calle eterna flanqueada por ojos pintados en caras sudorosas, no hay cambio. Sigo caminando en conciencia de mi cuerpo, en total convencimiento de mi belleza. Me miro al espejo como si el reflejo no fuera mío sino de un desconocido: un juez de luz que me mira con el mismo deseo que quiero despertarle. Movimientos cadenciosos sólo para mí, imaginando a aquél que me observa, ante su ausencia.

Cuando caigo dormida, sueño con la sensación encima que se tiene sobre un escenario. Y cuando me levanto, siento la vergüenza de la baba que cae por mi mejilla, este rasgo tan sencillo de la humanidad que intento coartar todo el tiempo, como si no fuera compleja, sólo el tiempo pasando sobre mi piel dorada, lentamente. Lanzo miradas adorables, como buscando a mi juez perpetuo, pero no hay nadie allí: nadie en absoluto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario