22 mar 2012

ADIÓS ISOLDA (De la serie: Familia Echavarría)

Por: Andrés Pérez R.

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Isolda soñaba entre almenas y balcones ojivales. El mundo, afuera, donde no había torres, ni vestíbulos, ni balcones. Boston, sus amigas, su libertad. sobre todo a Franco. Como se habían cruzados sus caminos, como los había revolcado endulzado, hecho felices, renacer. Su crisálida rota se quedaba en Boston. Volaba, no hacia la libertad, no hacia Medellín, sino hacia la muerte. Ella lo sabia.

Todo estaba preparado para el gran ágape de la familia Echavarría. Un selecto inventario de personalidades. por obligación, por gusto, por snobismo, sobre todo por la primera. no había lugar para los advenedizos. La gran oportunidad de conocer una princesa era privilegio de pocos.

Isolda había llegado recientemente de Boston. Nadie la había visto desde su llegada, todo se mantenía dentro de un sospechoso margen de discreción,que ya empezaba a suscitar los rumores entre la crema y nata de la sociedad. Los chismes apuntaban a un embarazo indecoroso, algún episodio sórdido en la revoltosa sociedad gringa de los años 70, abuso de drogas, tal vez un intento de suicidio.

La selección del lugar no había sido fortuita. Alejar a los ojos de la prensa y demás miradas entrometidas resultaba necesario. Isolda no estaba en su mejor aspecto, pensó don Diego. Un gran banquete en el castillo había suscitado sospechas de lo que sucedía en el hermetismo dentro de aquellos muros. La respuesta: La opulenta finca colonial en santa fe de Antioquia. Sus invitados, selectos intelectuales e industriales de la sociedad medellinense que sabrían guardar las apariencias.

Doña Benedicta por el contrario parecía abstraída, encerrada en el frío azul de sus ojos teutones. Era de las pocas personas que habían visto a Isolda desde su llegada, y mantenía una celosa vigilancia sobre quienes ingresaban a su habitación de terciopelos color marino. Los cuadros en los pasillos del castillo, en el vestíbulo, las flores y las esculturas parecían replicarle algo desde su mudez pétrea.

La ciudad los miraba con recelo. El pensamiento montañero no concebía filántropos. El arte europeo, la educación y las obras de beneficencia no compraban al pueblo. No era gratuito que fuesen de alta alcurnia, de sangre azul. Algunos con sorna los daban por judíos.

Llegaba el día de la fiesta. Grandes caravanas de lujosos autos subían la montaña. Había llegado la hora de salir. Don Diego observó. Un sospechoso auto lo esperaba a la salida. "dita, ni un peso por mi" Sentenció don Diego. Aceptaba su destino. Se despidió con un beso de la pálida Isolda, miró por ultima vez los profundos ojos de Benedicta. Dos hombres salieron del auto, se aproximaban cada vez mas con pistolas en mano.

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