27 feb 2014

BIEN ME SABE

Por: Santiago Jaramillo Tobón

Serie: Árboles



Hacía diez minutos que Gabriel había llamado desde un lugar desconocido para preguntarle si podían verse. Ahora Laura esperaba sentada en el tronco de un árbol cortado años atrás.
Mientras esperaba, la chica quebraba con sus dedos una ramita seca todavía con hojas, que había recogido en el camino. Todo lo hacía concentrada, pero sin darse cuenta en ningún momento de que lo había hecho.
Después de mirar la ramita hecha pedazos entre sus manos, se sintió observada y miró a la calle, a esa hora todavía pasaba uno que otro caminante, casi siempre un señor paseando a su perro o el celador soplando un silbato que por cerquita que estuviera siempre se escuchaba a kilómetros de distancia, y vio la sombra inconclusa y desgüaletada de Gabriel a unos cincuenta metros. Bajó la mirada. Nunca sabía qué hacer cuando alguien conocido venía de lejos hacia ella; las miradas se encontraban, nerviosas, sin siquiera una palabra que hiciera soportable el momento. Por eso prefería siempre que la tomaran por sorpresa.
Se hizo la tonta y empezó a quitarse los pedacitos de hoja seca que habían quedado pegados en el sudor de la palma de sus manos y así podía esperar desprevenidamente hasta que la sombra de Gabriel cubriera totalmente su cuerpo.

-          ¡Holaa! – Gritó Gabriel como intentando asustarla.
-          ¡Chico! Llegaste muy rápido – dijo alzando los ojos hacía él con una inevitable sonrisa.
-          Claro, soy el chico más rápido del mundo, además no podía dejarte esperando toda la noche.
-          Bueno, te traje algo, antes de que lo olvide – y sacó del bolsillo de su camisa de cuadros verdes y vinotinto una florecita amarilla con los bordes de sus cinco pétalos convertidos al blanco.
-          Es hermosa, ¿cómo se llama?– preguntó, mirándola fijamente a los ojos como intentando decir algo.
-          Frangipan
-          Qué lindo, como un futbolista argentino que es un genio y juega en el Cali. De ahí debe venir el nombre. Una flor argentina.
-          ¡Oyee! Vamos, se nos va a hacer tarde o es que crees que eres el dueño de la noche.

Gabriel le tendió la mano para ayudarla a parar del tronco. Ambos tenían manos suaves y dedos delicados, sensibles al contacto más simple. Apretó fuerte su mano, jaló hacía arriba. Laura se impulsó tanto que perdió el equilibrio estabilizándose en los brazos de Gabriel. Ambos sonrieron, se abrazaron animados, como saludándose y empezaron a caminar.

Las calles estaban solas, les pertenecían; muchas noches las habían caminado juntos, uno al lado del otro, sin siquiera tocarse, sólo sonriendo y, de vez en cuando, cuando era mucha la risa, ella con la palma de la mano le daba un golpecito en la cabeza medio aprobando su felicidad.
Después de andar cuadras y cuadras que no los llevarían a ningún lado, decidieron sentarse al borde de una acera cubierta por la sombra de un árbol pequeño que los rodeaba con flores blancas como alejándolos del mundo.
El chico cogió una, de todas las que estaban a su alcance era la más hermosa (unas estaban pisadas por caminantes desprevenidos y otras, simplemente, se las había consumido el tiempo) la llevó hasta su nariz y aspiró. Miró el Frangipan que había tenido en su mano izquierda, para no dañarlo en un bolsillo, y le preguntó a Laura, alzando las flores a la altura de los ojos, poniéndolas en medio de sus miradas:

-          ¿Cuál te parece más bonita?
-          El azuceno – respondió mientras pensaba que lo más bonito eran los ojos grises que estaban detrás de las flores.
-           A- zu- ce- no – repitió despacio, cortando las sílabas.

Gabriel bajó las flores para ponerlas encima de sus piernas y Laura, Laurita, siguió mirando a donde un segundo antes habían estado el azuceno y el frangipan. Ambos quedaron paralizados mirándose en medio de la noche.

-          ¿Será que alguien mira desde el cielo y cree que nuestra ciudad es una inundación de estrellas?
-          ¿Por qué dices eso?
-          Hay muchas lámparas y desde el cielo sólo deben verse lucecitas brillando en la ciudad.
-          Es otro de tus chistes malos ¿Verdad Gabriel?

Los dos sabían que tenían que irse y se pararon casi al mismo tiempo. Volverían caminando hasta el tronco cortado que estaba a escasos dos minutos de la casa de Laura.

-          ¿Puedo dejar mi flor aquí?
-          Claro
-          No quisiera dejarla, pero me gustaría pensar que alguien podría reconocer un frangipan entre cien azucenos y llevárselo consigo a casa.


Una cuadra antes de llegar al lugar donde se separarían, Gabriel vio una casa inmensa que parecía estar abandonada. La oscuridad salía por las ventanas y en el jardín la maleza amenazaba con subirse a los dos árboles que estaban a lado y lado de la entrada. Sin duda la casa era hermosa, a pesar de los años, se imponía con un aire de grandeza.

-          ¿Sabes por qué esta abandonada esa casa?
-          ¿Cuál?
-          La de los árboles a los lados.
-          No sé, he escuchado historias, pero nunca he sabido qué creer.
-          De todas las historias que te han contado ¿Cuál es la que más te gusta?
-          ¿Ves esos dos árboles que hay a los lados de la puerta?
-          Sí.
-          ¿Sabes cómo se llaman?
-          No.
-          Son Bien me sabe
-          ¿En serio existe un árbol con ese nombre?
-          Sí, pero es peligrosísimo, de ahí viene la historia.
-          Seguí.
-          Dicen que en esa casa vivía una pareja de esposos recién casados y que estaban muy enamorados: don Rodrigo y doña Blanca. Apenas llevaban algunos días allí cuando a la señora le dio por comerse uno de los fruticos rojos que dan los árboles.
-          ¿Y? ¿La manzana de la discordia?
-          No ¡Tonto! Es enserio. Doña Blanca se intoxicó, los fruticos rojos que se ven tan inofensivos, eran venenosos.
-          ¿Murió?
-          No, estuvo mucho tiempo en coma en un hospital de la ciudad, pero don Rodrigo de tanto buscar desesperado, supo que el árbol era originario de un país de África oriental: Tanzania, y se fue a buscar cómo curar a doña Blanca.
-          ¡Dios! ¿Y dejó todo abandonado?
-          Nadie volvió a saber nada ellos.

Gabriel quedó perplejo y se acercó medio asustado hasta la casa para mirar el Bien me sabe de cerca. Se agachó, cogió un frutico rojo, con forma de cerebro, entre sus manos y regresó hasta donde estaba Laura para seguir caminando a su lado.

Llegaron hasta donde estaba el tronco cortado. Se abrazaron en silencio. Gabriel la apretó contra el pecho con todas sus fuerzas. Sintió la nariz fría de Laura congelándole el cuello y quiso llevarla contra sus labios. La apartó.

-          Quisiera algún día poder hacer algo como lo de don Rodrigo, quisiera poder…
-          Ya sé que no puedes, no tienes que decirlo.


Los dos caminaron en sentido contrario, ahora sintiendo el frío de la madrugada hasta en la sangre. Gabriel volteó y la vio alejarse en la acera solitaria. Trituró el Bien me sabe en sus manos y empezó a correr para alejarse de Laura. 

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