27 feb 2014

UNA RECETA CULINARIA ES PERFECTAMENTE UN CUENTO

Por: Laura Bayer Yepes

Serie: Gastronomía y literatura


Una vez que puso el agua a hervir, se juagó las manos en ella para que tuviera ayuda al salir, y tapó la olla. Le dio la pastilla a su hija y la mandó a jugar. Todo el mundo sabe que cocinar sopa es una hazaña de cuidado: no puede haber ningún ruido y todo debe quedarse quieto. No se puede cocinar haciendo otra cosa al mismo tiempo, no se puede lavar, planchar o cepillarse el cabello. No se puede cuidar de la hija de siete años, preferible que esté fuera, por ahí, saltando de árbol en árbol.

Hay que dejar que el agua, la sal –que le pone emoción a la vida- y el aceite –que aleja las ofensas-hiervan lento, no hay que echarle mucha leña al fuego para que la cocción se disfrute más y las burbujas salgan de la mezcla más despacio, así como Bachué y Bochica salieron de la laguna de Iguaque al principio de los tiempos.

La mujer aseó la cocina de arriba abajo: mientras ejercitaba sus piernas, dejó sus paredes limpias y amplias, y drenó las aguas viejas. Destapó la olla y le arrojó una papa capira picada. Su madre nunca le dio puré de papa o la dejó comer papitas fritas, decía que eso embrutecía a los niños. Ella convino que su hijo tendría que ignorar las cosas primero para conocer qué era la sabiduría. Sin embargo, deseaba también un espesante para que las equivocaciones debido a la ignorancia no pudieran atravesarle fácilmente; por eso picó y agregó cinco papas criollas de las grandecitas.

Se paró de puntitas y con un brinco se subió a la barra, para lograr alcanzar el cilantro de la alacena. Tomó tres ramitas y las partió como deshojando margaritas, pensando en si su hija la querría después de preparar aquella sopa. Al final se decidió por arrancar una cuarta ramita, el cilantro da sueño y un niño juicioso para dormirse aleja los taladros de la cabeza de mamá.
Luego vino una bolsa de pastas con forma de letras. Solo la tercera parte de estas porque de lo contrario se cocinaría un engrudo, además, a nadie le gustan los bebés obesos. Un bebé debe ser delgado, de manera que se convierta en un adulto mayor muy gordo con el tiempo; así se evidencia que la vida y el cuerpo fueron un culto a Dionisio exitoso.

Se deben elegir las pastas que sirvan, para que la comunicación sea efectiva: la sopa de letras no es sopa de letras si al verla en un recipiente humeante no puedes buscar tu propio nombre en ella. Mamá buscó la A, la G, la U, la S, luego la T, la Í (tildada) y la N. Pudo imaginárselo: “Agustín, no toques eso”, “Agustín, quítate los zapatos”, “Agustín, despierta”. Agustín, Agustín, Agustín. El último fue un “Agus”, porque se acabaron las pastas con forma de T. Ese último serviría para agradecer los pocos te quieros que habría de recibir en la vida.

“Falta el color”, pensó y se miró al espejo. “Una cucharada entera para que se parezca al papá. Yo estoy muy blanca y la niña solo se enojaría más”, dijo. Esparció el color, volvió a tapar la olla, abrió la válvula y esperó.

Sudaba. Sentía que toda el agua que le echó a la sopa era la misma cantidad que ahora le chorreaba por la frente y la curvatura de la espalda. Se llevó un dedo a la sien, luego a su boca. Estaba sudando almíbar y por eso supo que todo saldría bien.
La válvula de la olla la llamó silbándole. Se levantó del suelo donde el sudor la había mantenido agazapada contra la pared. Tomó sus felpudos guantes y presionó la tapa con fuerza: quería salir ya. Dejó de silbar y la destapó.

Era precioso. La miraba desde la olla como un ratoncito estripado, con sus ojos saltones azul claro y su nariz de masmelo, como la de su hermana. Agarraba el asa como queriendo ponerse de pie y llegar hasta la mujer que le había dado vida. Ella lo sacó, lo cargó y lo mimó un rato, sin importarle embadurnarse de caldo y restos de las hojas de cilantro. Le había quedado perfecto y lindo, las manitos, los piecitos, la carita.

En ese momento entró su hija por la puerta de la cocina. Un silencio de reproche antecedió a las palabras “no me dijiste que llegaba hoy”. Su hija realmente quería ser la única en la casa. “Le llamaremos Agustín”, le respondió.

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