Por: Laura Bayer
Todas las personas
llevan al menos una piedra en su zapato, así sea de las pequeñitas, esas que
hacen que te querás quitar el tenis y la media justo el día en el que no te
echaste talco.
Las piedras en el
zapato también son simbólicas, por supuesto; por muy contento que esté uno en
la vida siempre tiene que morder el pedazo de fideo donde está el comino del
Triguisar que lo sazonó. Y entonces la boca queda sabiendo a limbo, al vacío
que uno no es capaz de sostener porque no tiene de dónde agarrarlo.
Ese vacío entra sin
tocar la puerta, cuando uno es pintor de una casa y no consigue el tono de
blanco que quería el patrón, cuando uno tiene que comer callado delante del
jefe porque se equivocó en un balance contable, cuando sos puta y esta semana
te dio una infección vaginal, y lo del mes no va a alcanzar entonces para la
mantequilla Rama y hay que comprar de otra marca más barata; cuando personas
como yo empezamos a escribir una carta y no funciona.
Querido, apreciado,
para vos, a vos, porque me importás, buenos días. Ninguno. Todos esos saludos
suenan horrible, incluso la rasgadura del papel al escribirlos. Porque alguien
más los dijo y toda la humanidad se ha pasado su historia escribiendo cartas.
Me pregunto si algún día esto llegará a pasar con los correos electrónicos. Hola,
buenos días, te envío adjunta la consignación, dtb, tqm. Algunos son saludos
sin vocales y otros sin alma.
Y a vos, ¿qué te va a
importar lo que yo creo de los correos electrónicos? Seguro solo te importa que
te salude de una vez por todas y te diga qué carajos hago escribiéndote. Te
escribo, no sé hacer otra cosa. No quiero hablar porque cuando uno habla con
una persona puede recibir una cachetada con indiferencia, hasta por teléfono.
“Estoy ocupado, ahorita te marco”, “espere después del tono, su llamada es muy
importante para nosotros, pronto la atenderemos”, ¿te acordás, te suena?
Las cosas que uno
quiere nunca llegan pronto. Las papitas a la francesa, para comer ebrio y pasar
la borrachera afuera del lugar donde todo el mundo parece pasarla bien, o al
menos se olvida de que la vida revienta tanto. Un buen polvo. El reclamo de la
jubilación que esperaré eternamente. O la puta llamada que te ayude a
restablecer el Wi Fi.
¿Por qué me desvío
tanto? Porque no te quiero admitir que lo que a mí me revienta es no saber qué
piensa la gente. Por eso cuando escribo una carta siempre pienso en qué pasará
por la mente de mi destinatario cuando sus ojos se muevan de un lado a otro.
Porque quiero pensar lo mismo, quiero que las cosas que yo diga lleguen a
alguna parte, quiero morder el mismo pedazo de fideo, quiero tener la misma
piedra, quiero encajar en alguna parte.
O decime vos, si no
pensás en qué piensa tu marido cada que te ve clavada en la mesa de aplanchar,
usando los chores del resorte dañado y sudando mares para que todo se vea
perfectamente estirado ante los demás. ¿No pensás en lo que piensa tu mujer
cuando te pide plata justo en el momento de la noche cuando querés olvidar por
un segundo que eso es lo que necesitás hasta pa’ respirar?
Yo no creo que no
pensés en qué piensan las personas de este vagón, a las cuatro y media de la
tarde, recibiendo el poniente no adhesivo, pero desesperante, como una nube de
moscas parecida a la que tenés en la cabeza con nombres propios y vida propia:
“servicios”, “arriendo”, “tareas”, “peleas”, “el predial”, “no tengo plata”, “o
soy tan pobre que lo único en lo que pienso en esta vida es plata”, que parecen
flotar en el aire en el momento del día donde uno se quiere morir por un ratico.
Tampoco creo que cada
persona no haya pensado en morirse al menos una vez. ¿Entonces por qué siento
la necesidad de que me respondan este mensaje, si sé eso? No es que tenga ganas
de morirme. Es que tengo ganas de no estar rota en una ciudad donde todo el
mundo parece estar debidamente cosido. Tengo ganas de no decir que las cosas me
revientan, cuando para mí reventarme es dividirme en dos, tres o cuatro
simétricos pedazos, mientras hay gente que se revienta en mil y muchas veces no
es capaz de volver a pegarse.
¿Dos, tres o cuatro
también contarán para ser persona, para no pasar inadvertido? Pido mucho; uno
no es sujeto cuando ya va llegando la hora pico y el vagón se ve como una lata
de embutidos. Hagamos una cosa pa’ salir de esto fácil y liberarte de que sigás
leyendo retahílas sin mucho sentido: si te sentís como yo a veces, solamente
pegá un grito.
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