7 abr 2014

CARTA ABANDONADA EN EL METRO DE MEDELLÍN

Por: Laura Bayer
Serie: Epístolas




Todas las personas llevan al menos una piedra en su zapato, así sea de las pequeñitas, esas que hacen que te querás quitar el tenis y la media justo el día en el que no te echaste talco.

Las piedras en el zapato también son simbólicas, por supuesto; por muy contento que esté uno en la vida siempre tiene que morder el pedazo de fideo donde está el comino del Triguisar que lo sazonó. Y entonces la boca queda sabiendo a limbo, al vacío que uno no es capaz de sostener porque no tiene de dónde agarrarlo.

Ese vacío entra sin tocar la puerta, cuando uno es pintor de una casa y no consigue el tono de blanco que quería el patrón, cuando uno tiene que comer callado delante del jefe porque se equivocó en un balance contable, cuando sos puta y esta semana te dio una infección vaginal, y lo del mes no va a alcanzar entonces para la mantequilla Rama y hay que comprar de otra marca más barata; cuando personas como yo empezamos a escribir una carta y no funciona.

Querido, apreciado, para vos, a vos, porque me importás, buenos días. Ninguno. Todos esos saludos suenan horrible, incluso la rasgadura del papel al escribirlos. Porque alguien más los dijo y toda la humanidad se ha pasado su historia escribiendo cartas. Me pregunto si algún día esto llegará a pasar con los correos electrónicos. Hola, buenos días, te envío adjunta la consignación, dtb, tqm. Algunos son saludos sin vocales y otros sin alma.

Y a vos, ¿qué te va a importar lo que yo creo de los correos electrónicos? Seguro solo te importa que te salude de una vez por todas y te diga qué carajos hago escribiéndote. Te escribo, no sé hacer otra cosa. No quiero hablar porque cuando uno habla con una persona puede recibir una cachetada con indiferencia, hasta por teléfono. “Estoy ocupado, ahorita te marco”, “espere después del tono, su llamada es muy importante para nosotros, pronto la atenderemos”, ¿te acordás, te suena?

Las cosas que uno quiere nunca llegan pronto. Las papitas a la francesa, para comer ebrio y pasar la borrachera afuera del lugar donde todo el mundo parece pasarla bien, o al menos se olvida de que la vida revienta tanto. Un buen polvo. El reclamo de la jubilación que esperaré eternamente. O la puta llamada que te ayude a restablecer el Wi Fi.

¿Por qué me desvío tanto? Porque no te quiero admitir que lo que a mí me revienta es no saber qué piensa la gente. Por eso cuando escribo una carta siempre pienso en qué pasará por la mente de mi destinatario cuando sus ojos se muevan de un lado a otro. Porque quiero pensar lo mismo, quiero que las cosas que yo diga lleguen a alguna parte, quiero morder el mismo pedazo de fideo, quiero tener la misma piedra, quiero encajar en alguna parte.

O decime vos, si no pensás en qué piensa tu marido cada que te ve clavada en la mesa de aplanchar, usando los chores del resorte dañado y sudando mares para que todo se vea perfectamente estirado ante los demás. ¿No pensás en lo que piensa tu mujer cuando te pide plata justo en el momento de la noche cuando querés olvidar por un segundo que eso es lo que necesitás hasta pa’ respirar?

Yo no creo que no pensés en qué piensan las personas de este vagón, a las cuatro y media de la tarde, recibiendo el poniente no adhesivo, pero desesperante, como una nube de moscas parecida a la que tenés en la cabeza con nombres propios y vida propia: “servicios”, “arriendo”, “tareas”, “peleas”, “el predial”, “no tengo plata”, “o soy tan pobre que lo único en lo que pienso en esta vida es plata”, que parecen flotar en el aire en el momento del día donde uno se quiere morir por un ratico.

Tampoco creo que cada persona no haya pensado en morirse al menos una vez. ¿Entonces por qué siento la necesidad de que me respondan este mensaje, si sé eso? No es que tenga ganas de morirme. Es que tengo ganas de no estar rota en una ciudad donde todo el mundo parece estar debidamente cosido. Tengo ganas de no decir que las cosas me revientan, cuando para mí reventarme es dividirme en dos, tres o cuatro simétricos pedazos, mientras hay gente que se revienta en mil y muchas veces no es capaz de volver a pegarse.

¿Dos, tres o cuatro también contarán para ser persona, para no pasar inadvertido? Pido mucho; uno no es sujeto cuando ya va llegando la hora pico y el vagón se ve como una lata de embutidos. Hagamos una cosa pa’ salir de esto fácil y liberarte de que sigás leyendo retahílas sin mucho sentido: si te sentís como yo a veces, solamente pegá un grito.

No hay comentarios:

Publicar un comentario