Por: Hebert Rodríguez y Carolina Campuzano
Serie: Espístolas
Serie: Espístolas
Medellín
Marzo 10 de 2014
Curasao le habla a
Medardo sobre el sol
Hace mucho calor Medardo, siento
cada parte de mí expuesta a la llama de la noche que no necesita del sol para
prenderse. Pero luego pienso en ti, seguro tendrás más calor y tal vez tu piel,
morena, sienta que la abrasa el trópico aunque pase un día, dos semanas, cuatro
meses allí. El calor sigue y me concentro en Ícaro, tan cerca del sol, del
calor traidor de una Estrella…. Entonces cierro los ojos para que la
temperatura baje al ritmo de los párpados, para que me engañe pensando en tu
calor o en el de Ícaro. La noche se va, el frío no llega.
Apartadó
Marzo 15 de 2014
Medardo habla del fuego
Injusto culpar al sol del ardor de
mi carne, Curasao; no es por él. Aún no vuelo tan cerca. Aunque ves los pájaros
acariciarle la barriga al cielo, no creerás tú, mi querida amiga, que sus alas
carguen tanto peso, tanta pretensión. Pero yo, que he caído del peldaño
empinado de Babel, aquí en el suelo me encuentro contemplando al astro.
Sobrevuelan. Hienas del aire que huelen mi cuerpo lanzado a la tierra.
Hambrientos, ansiosos de mí, esperan el sopor. ¿Y el frío? El frío, mi amada,
no es más que fuego cristalino; materia transformada; la hoguera vestida de
azul.
Medellín
Marzo 20 de 2014
Curasao habla sobre el
anhelo
Es tarde Medardo, pero aún así te
escribo. Es tarde para vos y para mí porque estoy segura que a los dos nos
cubre esta misma noche aunque estés lejos y tu oscuridad está plagada de
grillos y estrellas; en cambio la mía está salpicada de nubes manchadas de
amarillo, nubes deterioradas y amorfas que no se desintegran y yo, tendida bajo
ese cielo poluto, quisiera pararme y correr por esa ‘piel que todo lo cubre’
para acercarme al silencio que percibes. No quisiera hablarte Medardo, no
podría decirte nada fuera de estas cartas; no quisiera romper la calma que te
abrasa con tanto cansancio y ruido que tengo adherido a los poros. Quisiera
solo sentir el sol que pigmenta tu cuerpo y acercarme a tu oído, cual caracola,
para escuchar el mar. Notarás que estoy cansada mi querido, cansada no sólo
porque es tarde sino porque esta noche el cielo no es del todo negro y en el
día no hay gente sino multitudes; quisiera regresar donde lloran los sauces.
¿Recuerdas?
(Silencio)
Medellín
Marzo 21 de 2014
Curasao habla del
anhelo y el cansancio
Querido mío, ayer te decía que estoy cansada de este suelo gris,
asfaltado, que me hiere cuando caigo o camino; quisiera volver a pisar la
tierra con los pies descalzos y sentir la hierba; el verde que me empaña la
mirada… Pero ya no pertenezco a ese paisaje, ya nada me pertenece, sólo tengo
ataduras, dos hilos que tensionan mis miembros y hacen presión hacia dos
lugares distintos. Ese es mi cansancio. A veces detesto este no lugar en el que
me encuentro porque no me suelta la tierra que algún día se pegó a mis dedos,
te repito Medardo, no es la sangre, es la tierra; pero tampoco puedo abandonar
ya estos rascacielos con sus ascensores, con sus luces nocturnas e historias de
buses. He aprendido a quererlos, ¿sabés?, incluso la multitud en la que soy
anónima, el lugar al que llego para desencontrar o encontrar - como te hallé a
vos-. Al final no se debe tratar de
pertenecer, quizás es mejor sólo caminar siempre hasta que el cansancio se
apodere de mis hombros, haga debilitar mis rodillas y me derrumbe bajo el peso
de un ancla.
(Silencio)
Medellín
Abril 1 de 2014
Medardo rompe el
silencio
Disculpa mi
ausencia de los últimos días, estaba fatigado. El verano en este lugar
aprisiona, tuerce los músculos, golpea los ojos, maltrata los pies. Aunque tomé
la libreta para buscarte, las palabras no estaban. Así son. A veces no basta
con la búsqueda de ellas, hace falta algo más; un detenimiento, el aturdidor
silencio de tu alcoba, un café… Hay que estar en disposición para ellas; como
el amante que espera ansioso el roce de un dedo en señal de ataque. Pero esa
noche, la noche en que esperabas mi respuesta, te envié el silencio. (Tantas
maravillas que acompañan ese estado). Incluso, sumergidas en la aparente nada,
las palabras contienen increíbles mundos de significado. Ellas me recuerdan esa
especie de la que tú provienes, amiga. Misteriosas, seductoras, asesinas,
bellas.
Sabes que
los sauces te esperan. Allá, en ese arropo de niebla que es tu pueblo, los
árboles aguardan por la planta que hace un tiempo partió. Esperan tus lágrimas
púrpuras, Curasao; su consuelo. Tú lloras por ellos y ellos por ti. La tierra
es la sangre, Querida. El arraigo es un conjunto de recuerdos; somos errantes, efectivamente. Es la condición del que le duele el otro y
por más que huyas, te sigue el clamor. Estamos condenados a escuchar y a
volver. Porque he aprendido que el rechazo por lo nuestro es una búsqueda que
inevitablemente termina entregándonos de nuevo, en otro estado, a ese lugar del
que tanto huimos. Somos viajeros todo el tiempo. El hombre es un viajero. De un
estado pronto pasa a otro. Del uno al otro, del uno al otro, todo el tiempo. ¿Acaso no recuerdas
hace unos años? ¿En qué creías, cómo nombrabas, vestías, hablabas? Incluso yo,
Curasao, hace unos meses apenas creía saberlo todo. Creía saber cuál era el
camino, mi rumbo. ¿Y hoy? Absolutamente desnudo.
Te escribo
un beso
P.D: El
grillo ya no canta: lo maté. Encontré dos huequitos en una de mis camisas.
Saltó hasta el último instante, golpeándose contra la pared. Creo que se hizo
el muerto; cuando regresé no lo encontré. (Tal vez oliva lo barrió. Tal vez).
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