Por: Daniel Bustamante.
Serie: Epístolas
Amigo, seguramente has extrañado que te
abracen por detrás, que te sorprendan con un detalle que ni tú mismo hubieses
pensado en darte. Todos extrañamos algo, parecemos hechos para el recuerdo.
Somos los editores de nuestras vidas y probablemente hayas eliminado algo con
el propósito de mantener una narrativa acorde a lo que querías recordar. Estoy
en lo cierto, ¿no?
Existe en el portugués una palabra hermosa e
irreductible, que evade constantemente todo intento de interpretación y
traducción: saudade. Dicen que es un
estado superior a la nostalgia (tristeza melancólica originada por el recuerdo
de una dicha perdida) o más fuerte que la melancolía (tristeza vaga, profunda,
sosegada y permanente, nacida de causas físicas o morales, que hace que no
encuentre quien la padece gusto ni diversión en nada). Ni siquiera el ardor de
una llama en una noche fría logra producir contento en un hombre aprisionado
por el recuerdo. Antes de que puedas dudar de tus recuerdos, ellos comenzarán a
dudar de ti.
Ni yo mismo sabría decirte qué es saudade, para mi resulta infructífero (y
devastador) definir esa palabra. Razón hay que darle a Platón cuando en su
diálogo El Crátilo dijo que la imposición de nombres no
corresponde a un acto banal o superfluo de quien nombra, sino que es un intento
de capturar la esencia y fijar en cada letra y sílaba la forma de la cosa. Es
lo musical que nos atrapa cuando se escucha por primera vez la palabra. El ver como la boca se abre
ampliamente con la primera sílaba –sau-,
luego da paso a la segunda –da- que
con menor fuerza, obliga a que la lengua golpee el paladar, para que todo
culmine con un –de- bastante tenue
que parece desvanecerse con el aire exhalado.
No puedo decir qué es, pero sí a qué se
parece. Dicen aquellos que perdieron un miembro que en algún momento posterior
a la amputación han sentido que un relámpago les recorre los nervios
haciéndoles sentir como si aún tuvieran esa extremidad del cuerpo. Es un dolor
fuerte, agudo que tiene por nombre miembro fantasma. Se piensa que es porque el
cerebro aún cree que esta parte existe y le sigue enviando órdenes. Parece que
por momentos el cerebro olvida que el tercero ya no está.
Para hablar de saudade también hace falta mencionar otra expresión que está íntimamente
relacionada: dor de cotovelo. Se le
llama así al dolor que siente una persona cuando pasa largo tiempo con su
rostro apoyado en el codo, en una superficie generalmente dura, con la mirada
perdida, ni si quiera mira, solo tiene los ojos abiertos y la realidad se
sucede como una ráfaga de imágenes que le dejan atolondrado. No se siente parte
de la vida, todo alrededor es una ruleta y el individuo es un punto fijo en la
mitad. El dolor de codo implica una postura que va hacia el recuerdo. Es un intento
desesperado por regresar en el tiempo al estado que tanto se desea.
Se puede asemejar de igual manera al
estremecimiento de los sentidos al sentir algo que les resulta familiar. Un aroma,
una superficie antes tocada, un detalle que capta la atención de los ojos
(siempre tan esquivos). Todas esas sensaciones nos remiten a un fragmento del
mosaico de nuestras vidas que es resaltado en ese momento.
Amigo, seguramente fallé en el propósito de
decir qué es saudade. Sólo puedo dar
vueltas alrededor pretendiendo llegar a un punto invisible. No puedo decir a
qué palabra se parece en mi idioma o en cualquier otro. Sin embargo, es algo
como el amor o el odio que todos en algún momento hemos sentido. Es tan humano
como el conmoverse por ver que el sol se escapa en medio del horizonte o las
ansías por caer en un pecho que nos dé protección y regocijo una noche o las
ansías de vernos reflejados en el ojo del otro. Todos añoramos noche y día algo
que se ha perdido en la intersección del pasado con el futuro.
Tenho saudade de
você, de mim, de nos.
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